Tópicos, civismo y contrapoderes
Yo crecí, incluso vi crecer mi barba, pensando que los
países nórdicos eran un oasis de tolerancia, que los catalanes eran los más
europeos de entre los españoles y que los suizos eran la gente más cívica del
mundo mundial, o lo que es lo mismo, crecí con un gran complejo de
inferioridad.
He tenido la oportunidad de conocer suecos en posición de
preeminencia laboral sobre mí, he tenido daneses como vecinos, hoy tengo una
vecina suiza pared con pared, tengo ejemplos de todos ellos que negarían
aquellas ideas preconcebidas, prejuicios positivos, tópicos al fin y al cabo; y
los separatistas catalanes demuestran su ombliguismo un día sí y otro también.
No hay excepciones por nacionalidad, todos podemos llegar a ser verdaderamente
desagradables.
Durante mi vida he podido constatar empíricamente que el ser
humano situado en posición de preponderancia o “liberado” de sus frenos legales
y/o morales puede ser -y de hecho suele ser- cruel, que basta la espuria
motivación del sentimiento de superioridad para que se deje tentar por el
demonio de la actitud dominante, condescendiente o abiertamente.
Recuerdo ahora la experiencia de aquella víctima de la
tortura institucionalizada argentina que nunca reconoció en su torturador
habitual –siempre padecía las “sesiones” encapuchado- a aquel vecino con el que
siempre se había llevado bien y del que
tenía buena opinión, y que al ser encargado por sus superiores jerárquicos de la
innoble tarea, descubrió una verdadera vocación para ejercer de torturador y un
extraño placer en hacer sufrir anónimamente a su amigo. El torturado, años
después, seguía sin comprenderlo, le atormentaba más saber quién le había
infligido aquel dolor que el recuerdo del dolor mismo.
Qué son los integristas musulmanes capaces de disparar sobre
una indefensa niña, sino hombres que se han desembarazado de sus frenos morales
a través de una creencia religioso/política, que se arrogan el derecho al uso
de la violencia contra cualquiera al que consideren su enemigo, qué los etarras
que han asesinado a más de ochocientas personas en nombre de la “sacrosanta”
causa, para imponer su modelo totalitario de sociedad.
Pero sin necesidad de llegar al asesinato ni a la tortura
hay actitudes execrables que sufrimos cotidianamente.
Él que ocupa el carril izquierdo de la autovía y lo “toma”
por la fuerza de su motor y nos conmina a abandonarlo con largas rafagas de sus
potentes faros y circulando muy por encima del límite de velocidad, nos está
avasallando.
Él que nos trata displicentemente desde su puesto de
trabajo, como ciertos funcionarios o ciertos cajeros de banca. Ése, nos está
menospreciando.
¿Se han preguntado alguna vez por qué aguantamos
pacientemente media hora de cola en un banco donde vamos a entregar dinero,
pero nos enervamos si el camarero del bar de al lado tarda dos minutos en
ponernos el café?
¿Por qué somos tan condescendientes con aquellos a los que
concedemos el rol importante y tan exigentes con aquellos a los que colocamos
en el rol accesorio?
¿No sería más justo juzgar a cada persona por sus actos y no
por su posición?
Hay políticos corruptos, que ponen el cazo, se llevan
mordidas, aceptan regalos o exigen el “pizzo”, a veces la justicia les encausa,
a veces incluso les condena (si antes no ha prescrito el delito, cosa que
ocurre con demasiada frecuencia), los partidos (PP,PSOE y CiU), incluyéndoles
en sus listas electorales, se hacen cómplices de su corrupción y consuetudinariamente
cada gobierno nuevo indulta a los condenados de los “otros” partidos. Sólo esta
actitud, sin más exigencias debería ser motivo sobrado para castigar sin el
voto a esos partidos, que sin embargo siguen ganando elecciones, a veces incluso
a través del propio corrupto, que una vez condenado tiene que dimitir de su
cargo.
Como se puede ver los electores no castigan esta actitud,
tenemos el mayor fenómeno de “voto duro” de Europa, caciques, miembros de familias que gobiernan
diputaciones durante varias generaciones atravesando la historia política
española desde la república hasta hoy pasando por la dictadura.
Las malas experiencias vitales no me han generado prejuicios
contra los nórdicos, ni contra los suizos –y bien sabe dios que es la peor
vecina que se puede desear-, no podemos permitirnos generar prejuicios tampoco
contra la función de político porque unos, aunque sean muchos, nos decepcionen,
nos malgobiernen o nos hurten, la democracia, aunque sea una tan imperfecta, es
la única senda transitable, mejorémosla, regenerémosla y exijamos la depuración
de responsabilidades.
Todos estos ejemplos me sirven para señalar la necesidad de
límites, frenos en unos casos morales, en otros legales. El principal límite a
la corrupción es la contraposición de poderes. Si la libre concurrencia de
partidos se limita a un auténtico “cártel de oferta”; si en lugar de dividir
los poderes se reparten por cuotas, si los gobiernos controlan las televisiones
públicas, las Cajas de Ahorro y la mayoría de los periódicos -la Generalidad
de Cataluña es paradigmática en esto último- se produce una “confusión de
poderes” donde lo menos que se puede decir es que casi nadie controla a casi
nadie.
No seamos condescendientes, seamos exigentes con aquellos a
quienes ponemos en situación de preponderancia, y si no nos gusta lo que hacen,
recuerden: “Busque, compare y si encuentra algo mejor ¡Cómprelo!” (*).
(*)Slogan de la marca de detergente Colón, anunciado por Manuel Luque.
No hay comentarios:
Publicar un comentario